miércoles, 1 de octubre de 2008

El club de las verdades escondidas

Si te revelo este secreto, debes prometerme que jamás recordarás el misterio que entraña. En otras circunstancias, no impondría una norma tan estricta como la que sostengo. Discúlpame. La necesidad de admitir mi debilidad me obliga a protegerla mediante promesas.
Soy un héroe. De esos que luchan contra dragones para liberar a una princesa presa en la torre que este custodia. De esos que demuestran tal coraje que los libros los halagan mediante adjetivos que admiro y deseo que me atribuyan algún día. De esos.
El problema radica en la cuestión de la muerte. Me explico. Como héroe, mi deber no es sólo mantener la paz, ni mucho menos, sino vencer al malvado que planea derruirla mediante sus sutiles planes. Todo héroe aguarda con impaciencia el momento de desafiar a dicho personaje. Menos yo.
Hace una semana me enfrenté a él. Obviaré los detalles más espeluznantes, pero sí mencionaré el miedo que desde entonces me atenaza. Y es que... He sido capaz de matar a alguien.
Desconozco la culpabilidad que me corroe. Él ejercía el papel de monstruo, de manera que, ¿por qué debo meditar acerca de mis actos? ¿Acaso me juzgo a mí mismo? El destino de un héroe es simple: acabar con el villano.
Acaté mi sino y, desde entonces, no consigo conciliar el sueño por las noches. Cuando el cansancio se apodera de mi voluntad y mis párpados no responden a las tajantes órdenes de mi cerebro, mi mente adopta la forma del cadáver del malvado, provocando en mi escalofríos. Me pregunto si todo héroe asume con facilidad el hecho de haber acabado con la vida de alguien, independientemente de su personalidad.
A lo mejor soy un héroe que no quiere matar a nadie, por extraño que simule. ¿O es que todos debemos ser iguales?

lunes, 8 de septiembre de 2008

Diálogo

-Te quiero.
-... Gracias.
-¿Gracias? ¿Eso es todo? ¿Gratitud?
-...
-Cuando alguien te dice que te quiere, jamás puedes responder con un gracias.
-¿Entonces...?
-Tendrías que haber respondido: Yo también. Así de fácil.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Etéreo

Vagaba sin rumbo.

¿Hacia dónde? ¿Por qué motivo? ¿Con qué fin?

El ser etéreo se deslizaba clandestinamente, como si temiera que en cualquier momento alguien descubriera su ruta y le impidiera realizar su viaje. Un trayecto cuyo destino le era desconocido.

Se movía a buen ritmo, sin pararse, tan sólo permitiéndose una pausa cuando algo le azoraba, cosa que sucedía continuamente. Cualquier sonido le alertaba, cualquier fugaz visión le producía violentos temblores.

Se repetía que tenía que calmarse. Suspiraba, tratando de convencerse de ello, y proseguía armándose de valor.

Sin embargo, no encontraba consuelo por más que lo buscaba.

Allí donde acudía, recibía el más atento desprecio. Desgraciado por su condición insociable, apenas le quedaban lugares que visitar. Y lo cierto era que, si había más, su intrepidez apagada no ayudaba a alentar su afán de descubrimiento.

Después de meditar durante un buen rato por qué camino continuar con su travesía, escogió uno sin más. Si de nuevo, no le querían, no tendría más opción que dar media vuelta y elegir uno distinto.

El destino poseía motivos inexplicables.

Llegó hasta una aldea bonita. Allí, preguntó por el jefe del lugar, y amablemente, le revelaron una serie de indicaciones para llegar hasta él. Su nombre era Ira.

Le preguntó, con humildad, si podía habitar en sus dominios. No quería ser descortés, por lo que mantuvo la calma aun cuando su interlocutor permaneció callado. Tras reflexionar durante unos segundos, Ira negó en rotundo su petición.

No. No podía quedarse allí.

Suspirando por su desgracia, nuestro incomprendido ser se marchó del lugar, apenado y entristecido.

Al reconocer el cruce de caminos por el que antes había seleccionado su ruta, se paró unos segundos para pensar cuál seleccionar a continuación. No tenía nada que perder. Otro rechazo no le supondría un comunicado difícil de asimilar.

En esa ocasión, tomó otro sendero que le condujo, de nuevo, a un poblado, donde solicitó conocer al mandamás.

Otra vez, la respuesta de este fue negativa.

Se retiró, como siempre… A la espera de que en algún lugar alguien pudiera acogerle.

Sin embargo, sus esperanzas no persistirían por mucho más tiempo. Estaba más que cansado de que nadie lo apreciara mínimamente.

Jamás le había hecho daño a nadie. Siempre trataba de pasar desapercibido. Y aun así, todos parecían cosechar una aversión inhumana contra sus peticiones.

Desesperado, procuró que el último camino que le quedaba por recorrer pudiera compensar lo mal que lo había pasado.

La senda sinuosa le obligó a suspirar cansado.

Mas no desistió.

A una distancia considerable del poblado, alcanzó a ver grandes cantidades de humo que describían un paisaje desolador. El negro cielo cubría las pocas y retiradas casitas, cuyos tejados destruidos formaban un cuadro caótico.

Por el suelo, a diferencia de tierra, se hallaban cuerpos sin vida aparentemente. Repartidos uniformemente, al lado de carretas, con espadas cerca de sus frías manos, parecían dormir de un letargo del que jamás despertarían.

El ser avanzó, aun cuando todo su derredor le producía un pánico insoportable. La huella de la muerte se adhirió a su alma, e incapaz de pronunciar palabra, supo que había llegado demasiado tarde.

Quizá… Quizá podría haber evitado aquella catástrofe. O igual no.

Ahora ya, jamás lo sabría.

En su caminar relajado, observador y curioso, no pasó por alto las muestras de destrucción que figuraban por todas partes. A lo lejos, una débil llama se extinguía del pajizo tejado de una vivienda, mientras que más apartado, el fuego exhibía su grandeza devorando madera.

Y allí, a un lado, estaba ella.

Se acercó, con prudencia, preparado para inquirir qué había sucedido. ¿Qué horrible acontecimiento había asolado a aquella gente?

El espíritu lo miró. Sus rasgos femeninos apenas eran perceptibles. Sus facciones estaban dominadas por una contracción de furia. Y leyó en su mirada la verdad.

Se alejó lentamente, de vuelta a su encrucijada.

Su corazón latía con fuerza. No podía creer lo que había sucedido… Ella lo había provocado todo. Su sonrisa se lo había contado, sus ojos se lo había relatado, y su nombre había confirmado sus sospechas.

Guerra. Siempre fugaz, siempre rápida, siempre… destructora.

El ser se sentó entre las diversas rutas que la habían conducido ante la Ira, el Odio, la Guerra.

No había lugar para ella en ese mundo. Nadie la quería. Todos la despreciaban.

Cuando acudía a un sitio u otro, descubría horrorizada como otros sentimientos se habían implantado en la personalidad de las gentes. Las sensaciones más viles reinaban sobre la especie humana. No había forma alguna de tratar de entender el por qué.

Sin saber qué hacer más, se sentó en la húmeda tierra, y rodeó sus piernas con sus brazos, meditabunda.

Y así, la Paz se durmió, dejando al mundo sumido en su propio fracaso.

martes, 2 de septiembre de 2008

Quizá

Quizá un día encuentres al gran amor de tu vida. Muchas personas, en su habitual cotidianidad, escudriñan su entorno en busca de él. A menudo, se confude con sentimientos afectivos. Pero ese no es el tema que ocupa esta breve reflexión.
Imagínate que subes a un metro por la mañana. Las casualidades de la vida, totalmente inesperadas, propician que el gran amor de tu vida escoja el mismo vagón que tú para realizar su travesía. Os miráis a los ojos. Crees percibir en esa persona algo especial, pero estás cansado de la vida, harto de las vagas coincidencias y aburrido de arrollar a seres inocentes en tu inocente búsqueda del sentimiento más poderoso que se puede experimentar.
El gran amor de tu vida, entonces, se convierte en otro sueño frustrado, en otra esperanza incongruente. Y, sin saberlo, abandonas la oportunidad de ser feliz. Desconociéndolo, dejas que el gran amor de tu vida desaparezca. Lo peor, es que ni siquiera le dedicas más de cinco minutos a pensar acerca de ello.

viernes, 29 de agosto de 2008

Miau

Si me ves, exento de factores externos, huyes. Si mi aspecto consigue enfadarte, arremetes contra mí, como si de tu peor enemigo me tratara. Si tu día te proporciona esperanzas acerca del mañana, me ignoras, como si representara un fantasma que augura un mal sueño.
Las malas lenguas susurran acerca de mi condición. Sin quererlo, soy la viva imagen de la mala suerte.
A nadie le gustan los gatos negros. Todavía no sé muy bien por qué.

martes, 26 de agosto de 2008

Amistad

La gente medita sobre este tema en profundidad. A veces de forma desinteresada y otras para tratar de asimilar una conducta determinada. Para mí, no es difícil. La amistad consiste en comerse la mermelada de una galleta y ceder la parte chocolateada a un amig@. Porque no le gusta otro componente de dicho alimento.
Un acto desinteresado a raíz de un sentimiento afectivo. Y ya está.

domingo, 24 de agosto de 2008

Ese inconcluyente día

El día en que mi perro empezó a hablar, nadie se sorprendió. Todos sabían que era un perro muy listo. Hasta te traía la pelotita cuando se la lanzabas, de forma incansable, continuamente. Vaya, que la gente lo admiraba, entre una mezcla de curiosidad y conmoción.
Por ese motivo, cuando relaté, preso de la emoción, el hecho tan mágico que había sucedido, mis conocidos y mis amigos acudieron veloces al encuentro de mi esperanza. Mi perro, confuso y a la vez orgulloso (siempre ha sido así), narró unos cuantos pasajes de El principito, confiando en que los invitados consiguieran apreciar el dramatismo que imprimía en su voz. Al finalizar el espectáculo, los aplausos recompensaron su esfuerzo, a pesar de que él alegó que sufría algún tipo de repentino cansancio y se retiró a su lecho, una cuna con estampados de pajarillos que le había prometido cambiar un día de estos.
Una vez me despedí de todos, me apresuré a acercarme a él para averiguar el motivo de su desvanecimiento.
-Es que, en realidad -me confesó meditabundo-. No creo que nadie haya entendido el verdadero significado de las palabras.
-Qué dices -murmuré-. ¿No has visto como te han aplaudido al final?
-Porque lo han escuchado todo. Pero no lo han oído.
Siempre me ha causado confusión ese tipo de razonamientos. Los de ver y mirar, los de oír y escuchar. En este caso, no conseguí zafarme de la espiral de dudas en la que me dejaba caer.
-Pero...
-Tú tampoco lo comprendes -repuso vehemente-. ¿De qué sirve hablar si nadie te oye?
Y, tras agitar las orejas y mover la cola, mi perro no volvió a hablar nunca más. Siempre ha sido un neurótico depresivo. Está claro que sí que sirve de algo hablar si nadie te oye. Al menos no te sientes solo, ¿no?